martes, 17 de febrero de 2015

Carpe Diem

No te vayas, por favor, no lo hagas, no te vayas, no te...... 


vayas.


Sigo suplicando cada mañana, y recordando como cada una de mis lágrimas recorrían mis pálidas mejillas buscando el lugar más caliente de tu pecho para desembocar en él. Abrazada a ti, con miedo a soltarte. No podía acabar así, no era el momento, aún no.

No hay palabras, sólo silencio. Los dos sabíamos que todo había acabado, y la razón no era porque no hubiera amor, si no pues no era, ni es, ni será la situación adecuada. 

Nos conocimos siendo de mundos totalmente diferentes, quisimos unirlo y formar uno donde yo quería ser tu angel y acabe siendo una simple sombra. 

Poco a poco nos dimos cuenta que las ganas de estar juntos iban siendo destruidas por el miedo.   Miedo a volar, a ser libres, a sentir, miedo a la felicidad, miedo al que dirán.
Pero no hay mayor miedo que el de querernos, porque sabíamos que sí lo hacíamos era para siempre, miedo a ser eternos.

Sabíamos que era amor, ese que nunca muere




Mientras tu me abrazabas, mi respiración se iba acortando, yo con mis pocas fuerzas intentaba llenar mis pulmones con el aire que tu mismo rechazadas cerca de mi boca, dejándome con la esperanza de robarte un beso.

Sentía que te alejabas, te marchabas, dejándome ahí, sola en mi cama, con ese camisón que tu mismo me regalaste.
Poco a poco me quedaba sola, pero sin embargo seguías arropandome entre tus brazos.

Sobraban las palabras, los sentimientos eran los mismos, a pesar de que quise odiarte.

Sabíamos que lo único que quedaba de nuestro pasado, estaba vivo en nuestro recuerdo.

Te habías ido y los dos lo sabíamos, sin embargo ahí seguías.


Esos abrazos, esas escapadas, esas noches, cada beso en cada cm de mi cuerpo, cada caricia y cada minuto del cruce de nuestras miradas, se había marchitado, todo menos nuestro amor eterno.